¿Ya no hay indios?
Por: Sandra Rojas
Hay un país en el mundo que tiene de nombre República Dominicana, palabra célebre del poeta Pedro Mir, un país dotado de grandes riquezas en recursos naturales con bellas faunas y floras. Con una historia permisiva desde que se fundó.
A pesar de que el tiempo ha transcurrido y ha evolucionado como etnia, seguimos siendo Tainos, aquellos que descubrieron el oro en las montañas de nuestro país, pero que arropados por una inocencia chocante nunca le dieron valor a ese apreciado mineral.
Con la llegada de los españoles que sí se interesaron por el oro, utilizan un sistema esclavista en contra de los indígenas para obtener su riqueza, sin importarle que murieran por las largas jornadas de trabajo a la que eran sometidos, porque el objetivo era llevarse el recurso natural.
Hoy la historia se repite y el interés de las compañías extranjeras, de países desarrollados que viene al país con el objetivo de explorar y explotar los recursos naturales que están en nuestra geografía. Pero de la prehistoria al siglo XXI, seguimos siendo los mismos aborígenes a pesar del tiempo y el desarrollo que ha tenido este pueblo.
Las empresas mineras extranjeras tienen un gran interés de explotar los ricos suelos dominicanos y lo peor es que seguimos siendo permisivos y complacientes con la comunidad internacional, con transacciones en las que el menos beneficiado en términos económicos es el país, que además termina con un medio ambiente más deteriorado.
De qué vale tener leyes que preserven el medio ambiente como la Ley 146 y la 64-00 que tiene por objeto establecer las normas para la conservación, protección, mejoramiento y restauración del medio ambiente y los recursos naturales, en provecho de las presentes y futuras generaciones.
Las comunidades afectadas están con el grito al cielo, por la contaminación que se están produciendo con las explotaciones a cielo abierto, esperan que se respete la ley a favor de lo más desposeído.
Debemos preservar el medio ambiente, cuidar las fuentes acuíferas y los ríos que nacen en las entrañas de nuestras montañas, para preservar la vida de estos que no morirán, sino que lo matarán por la explotación de las graveras.
Esperamos que aparezca una autoridad competente que clame en este desierto, un Fray Antón de Montesino que se apiade de este pueblo, que es un país rico, que ha sido pobremente mal administrado.
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